El naufragio de la CNDH
La CNDH ha naufragado. Ya no es un escudo de protección contra los abusos del poder
Desde su designación al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Rosario Piedra Ibarra ha acumulado escándalos, errores y omisiones.
En noviembre de 2019, el Senado mexicano fue el escenario de un fraude a la ley, que la oposición reclamó a gritos y empujones. No cumplía los requisitos de ley ni obtuvo los votos necesarios para su designación. Desde el principio, su gestión ha sido desaseada y bochornosa.
La ombudsperson de México ha tenido un comportamiento deleznable con los empleados de la CNDH, donde abundan despidos injustificados y se multiplican las quejas por hostigamiento y violencia laboral.
Para colocar al “amigo” y al “compadre”, remueven a personal altamente calificado y con años de experiencia en la Institución.
Por si fuera poco, Rosario Piedra ha preferido hacer a un lado las atribuciones legales de la CNDH y pasar por alto sus facultades de proteger, promover, respetar y garantizar los derechos humanos de todos los mexicanos.
Atenta solo a los deseos de Palacio Nacional, nunca ha cuestionado alguna de las ocurrencias y decisiones del Ejecutivo Federal. Jamás levantó la voz por la desaparición del Seguro Popular, el desabasto de medicamentos, ni por el negligente manejo de la pandemia del coronavirus.
Nada dijo sobre la austeridad mal entendida con la que fueron gravemente lastimados los recursos a la ciencia y la tecnología; los recortes presupuestales a las universidades públicas, la desaparición de estancias infantiles y la extinción de las escuelas de tiempo completo.
Rosario Piedra también permaneció en silencio cuando el presidente López Obrador apoyó la candidatura de Félix Salgado Macedonio, como el abanderado de Morena al Gobierno de Guerrero; y cuando el historiador Pedro Salmerón fue designado como embajador de México en Panamá, pese a las denuncias de abuso sexual y las acusaciones de varias mujeres víctimas de sus mezquindades y vilezas.
Tampoco se pronunció sobre los daños ambientales provocados en la ruta del Tren Maya, ni se inmutó cuando el mandatario mexicano decretó que las obras públicas serían declaradas de interés público y seguridad nacional, a fin de mantenerlas a salvo de los juicios de amparo promovidos por las y los ciudadanos inconformes.
Incluso, se atrevió a poner los derechos de los hombres de la política por encima de los derechos humanos de las niñas, niños y adolescentes.
Rosario Piedra se opuso cuando el Congreso de Yucatán incluyó la norma 3 de 3 contra la violencia hacia las mujeres, y determinó que ninguna persona con denuncias por violencia de género, familiar, acoso sexual o que sea un deudor de pensión alimenticia para sus hijas e hijos, pueda ser candidato o servidor público.
En su argumentación, la presidenta de la CNDH señaló que las reformas a la Constitución de Yucatán violentan el derecho a la igualdad, discriminan al deudor alimentario y atentan contra su libertad para trabajar y ocupar un cargo público.
Creímos que ya lo habíamos visto todo. No era así. Rosario Piedra, como presidenta de la CNDH, hizo público que no sólo se negaba a interponer una acción de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte, por la incorporación de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional.
Para sorpresa e indignación de todos, respaldó explícitamente la militarización de México, pasando por alto instrumentos internacionales de derechos humanos.
La CNDH ha naufragado. Ya no es un escudo de protección contra los abusos del poder.