Un lugar en la historia

Para el presidente López Obrador la iniciativa de enmienda constitucional de la industria eléctrica es crucial. Poco importan los argumentos técnicos.

Cuartoscuro

Para el presidente López Obrador la iniciativa de enmienda constitucional de la industria eléctrica es crucial. Poco importan los argumentos técnicos. Restringir la inversión privada en electricidad, en un momento en que la CFE no tiene los recursos para reemplazarla, es una decisión que tendrá enormes costos en el futuro. Pero al mandatario no le interesan los resultados económicos, solo el juicio de la historia. Y está convencido de que esta lo tratará con generosidad si se pone del lado de los presidentes estatistas, de Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos, no de los que han liberalizado la economía en las últimas décadas. 
El presidente no se preocupa por las consecuencias económicas de sus decisiones. Canceló, por ejemplo, las compras consolidas de medicamentos que hacía el IMSS y eliminó el sistema de distribución que se había construido a lo largo de décadas. Al hacerlo provocó una enorme disrupción del sistema de compras, que ha pasado de la Oficialía Mayor de la Secretaría de Hacienda al INSABI y de ahí a la UNOPS, una organización de las Naciones Unidas. La escasez de medicamentos que ha provocado no se ha podido resolver a ningún precio. 
Lo mismo sucederá con la decisión de echar para atrás los contratos de generación privada de electricidad. Las simples amenazas previas a la enmienda constitucional han tenido consecuencias. Desde que empezó el sexenio, no se ha construido ninguna planta nueva de generación. Los inversionistas privados no han encontrado que tenga sentido construir instalaciones que al final el gobierno expropiará o dejará con una utilización muy baja. El problema es que la CFE no tiene siquiera los recursos para modernizar y ampliar la red de transmisión que maneja en calidad de monopolio, mucho menos para invertir en nuevas plantas de generación. Estas pueden tardar de tres a seis años en construirse, por lo que es casi inevitable que tengamos apagones en algunos años, a menos de que la economía caiga en una recesión profunda y reduzca el crecimiento de la demanda de electricidad. 
Las consecuencias prácticas, sin embargo, no parecen importarle al presidente. Él ve la realidad solo con su propio cristal… y con la obsesión de quedar en el lado progresista de la historia. 
A López Obrador no le importó cancelar en 2018 el Nuevo Aeropuerto Internacional de México que llevaba ya un avance muy importante, ni provocar una gran escasez de gasolina al cerrar los ductos en 2019; tampoco se preocupó por cancelar una nueva planta cervecera de 1,400 millones de dólares en Mexicali, ni por tratar de volver improductivas las plantas privadas de generación de electricidad que representan una inversión de más de 40 mil millones de dólares. 
La gran preocupación del presidente es saber si la historia lo colocará en el mismo monumento que Lázaro Cárdenas o en un lugar cercano a Carlos Salinas de Gortari. Por eso no tiene sentido mostrarle cifras que demuestran que la contrarreforma eléctrica es un error. Su visión es muy distinta a la de los números y los resultados. Solo le interesa el juicio de la historia… o más bien el juicio que él piensa debe rendir la historia. 
Twitter: @SergioSarmiento