Un agandalle disfrazado de reforma
El analista político Mario Campos aborda el trasfondo de la reforma electoral que se discutirá en próximos días en el Congreso.
La reforma electoral es una reforma política que lo que busca es cambiar la forma en que se maneja, reparte y retiene el poder. Disfrazada como una mera reforma administrativa, tiene como propósito generar las condiciones que le permitan a Morena mantenerse en el gobierno, no solo en el 2024, sino en las siguientes elecciones.
Para ello, el llamado Plan B -que reemplaza a la hasta ahora fallida reforma constitucional- busca atarle las manos a la autoridad electoral. Sin un servicio profesional de carrera, con áreas compactas y con menor presupuesto, y con menos facultades de fiscalización, busca en los hechos mermar al árbitro.
Elemento que resulta clave como ya vemos desde ahora. Si con el actual INE, las llamadas corcholatas de Morena hacen proselitismo y usan recursos públicos para su anticipada promoción, ¿qué no harían con un instituto electoral a modo? Si desde ahora el presidente López Obrador se mete un día sí y otro también en las elecciones locales y federales, ¿qué no haría -sin contrapesos- para mantener a su proyecto seis o doce años más en el poder?
De ahí la importancia de frenar los intentos presidenciales por demoler la institucionalidad electoral, lo que pasa por dejar de creer que el INE es aval de fraudes, pues todas las elecciones en que ha ganado ese partido -en las federales y en las más de 20 elecciones locales- han sido organizadas por el Instituto Nacional Electoral. Basta de atacar al INE, cuando de acuerdo a las encuestas goza incluso de mayor aprobación que el presidente, muy por encima de cualquier partido político o cámara legislativa.
Lo que se definirá en las próximas semanas va más allá de una reforma electoral pues en el fondo se trata de definir si el país conservará las condiciones que le han permitido en las últimas cuatro elecciones presidenciales, tres procesos de alternancia. Lo que está en la mesa no es si se cambia el marco electoral sino la permanencia de un sistema en el que sean los votos ciudadanos los que decidan al final quién se queda y quién se va del poder.