La no reelección

Una columna de Sergio Sarmiento. La tentación de reelegirse suele coquetear a los presidentes una vez que se afianzan en el poder.

La tentación de reelegirse suele coquetear a los presidentes una vez que se afianzan en el poder. Ha sido muy común entre los mandatarios latinoamericanos. Muchos, pese a haber llegado al poder por el voto democrático, cambiaron las leyes para mantenerse o incluso perpetuarse en el poder. Ahí están los casos de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y ahora Daniel Ortega en Nicaragua. En México tuvimos también a Porfirio Díaz, que después de ser un presidente eficaz terminó por convertirse en un dictador, a ojos de la mayoría de los mexicanos, debido a sus varias reelecciones. 
 Cada vez que en México hemos tenido a un presidente poderoso se ha manejado la idea de que pudiera cambiar la Constitución para reelegirse. Fue el caso de Luis Echeverría y de Carlos Salinas de Gortari, pero ahora se ha planteado también la posibilidad para Andrés Manuel López Obrador, quien mantiene una popularidad extraordinariamente alta a pesar de todos los problemas del país. 
 Ha hecho bien AMLO en rechazar públicamente la tentación… no una ni dos sino muchas veces. Ayer trató el tema nuevamente en su conferencia de prensa mañanera: “Yo por convicción, porque sería traicionarme, he dicho “no” a la reelección… Nunca lo haría, eso está muy claro… Nada de caer en el ‘necesariato’, nada”. 
 Los rechazos repetidos a una reelección no han impedido que sigan surgiendo versiones sobre el tema, algunas de miembros de la oposición, que piensan que así pueden debilitar a un presidente popular, pero otras de los seguidores del mandatario, que quieren quedar bien con él o que se inclinan por un régimen autoritario personal. 
 El presidente parece convencido de que lo más importante que puede lograr en sus seis años de gobierno es forjarse un lugar de honor en la historia: “Tengo una ambición legítima –ha dicho--: quiero pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de México, y no le voy a fallar al pueblo y voy a lograr mi propósito”. 
 En la mitología política mexicana, ese lugar distinguido no lo conseguiría si optara por la reelección. Es verdad que un gobernante que se reelige no tiene que ser necesariamente un dictador; en muchos sistemas políticos del mundo es común que la reelección se dé no una sino varias veces. Apenas el año pasado Angela Merkel se retiró del cargo de canciller de Alemania después de 16 años y cuatro elecciones ganadoras. Gobernó siempre, sin embargo, bajo las reglas de una democracia parlamentaria. 
 En México la reelección presidencial, prohibida por la Constitución, se ha convertido en un enorme tabú político. Durante años todos los documentos del gobierno eran identificados con la consigna de Francisco I. Madero: “Sufragio efectivo, no reelección”. El hecho de que el propio Porfirio Díaz se haya opuesto a la reelección de Benito Juárez, solo para después cambiar la Constitución y reelegirse en varias ocasiones, es otro de los argumentos que hacen de cualquier reelección presidencial una imposibilidad política. No es fácil borrar esa frase del inconsciente colectivo, ni el sabor de traición. 
 López Obrador es un mandatario muy consciente de la historia. Por eso le creo cuando promete no considerar una repetición de su mandato. El daño a su figura sería enorme, y eso es algo que él no puede ni quiere contemplar. 

Twitter: @SergioSarmiento