¿Una cumbre para qué?

Foto: Presidencia / Cuartoscuro.com

El encuentro de los líderes de Norteamérica se produce en un momento clave en el mundo. Uno, en el que de acuerdo a las y los expertos en comercio y globalización, se está reconfigurando la economía internacional bajo la premisa de que ya no basta con producir donde sea más barato - por lo general en China - sino que tiene que hacerse además en un entorno de confianza y certidumbre.

De ahí que en muchas publicaciones del 2022, términos como el nearshoring o el friend-shoring, que se refieren a la idea de producir más cerca o con países aliados, se volvieran tan populares.

Bajo está lógica es que México se encontraría ante una oportunidad de oro. Empresas globales que apuestan por el mercado de la región y sobre todo de Estados Unidos, podrían ver en México a un destino seguro, no solo por la evidente proximidad geográfica sino por el andamiaje institucional derivado del TLC primero y del TMEC después, que ha generado puntos de integración económica clave, como muestra con  claridad el éxito de las cadenas vinculadas a la industria automotriz.

La mesa está servida, sólo que ello requiere certeza jurídica, respeto a las reglas pactadas, seguridad pública, políticas anticorrupción, entre otras cosas, es decir, estado de Derecho; uno que acompañe a políticas industriales orientadas a atraer inversiones y a generar las condiciones - legales, humanas y de infraestructura - para que eso suceda.

El problema es que en vez de empujar esa agenda, el gobierno mexicano parece encuadrado en otra lógica, como en la de llevar al presidente Biden al AIFA o impulsar sus ideas para el desarrollo en Centroamérica
Todo parece indicar que los astros están alineados para que México saque provecho del nuevo escenario global. Todo, menos la poderosa voluntad presidencial.