Amenazas
Tras recibir amenazas por su aspiración presidencial, la senadora Indira Kempis se cuestiona lo que es ser incómoda para el poder.
Escribo esta columna mientras viajo a Aguascalientes para encontrarme con una asociación de jóvenes. Pienso en cómo les voy a transmitir que vean a la política como una forma de cambiar al mundo cuando a mí y a mi equipo nos acaban de amenazar para que no continúe en mis aspiraciones hacia la Presidencia de la República.
Respiro. Encuentro la calma en un mensaje de mi mamá que no reprocha ni pide explicaciones, sólo dice: “Te amo mucho hija”. Entonces, recuerdo el ejemplo valiente de ella; de mis abuelas que sacaron adelante a sus hijos e hijas -una viuda muy joven y otra separada por violencia intrafamiliar en tiempos donde eso era considerado hasta pecado-; de mis bisabuelas que nos forjaron el carácter… Sonrío un poco: ser incómoda en política debe ser al menos una señal de que algo se está moviendo. “Les moviste el piso”, me han escrito varías personas.
La violencia política en razón de género es un delito que las legisladores pusimos en la mira precisamente por estos actos cobardes de quienes no saben hacer política y se comportan como viles mafiosos. Los derechos político-electorales de las mujeres deben ser respetados y quienes se atrevan a violentarnos tienen que enfrentarse a la justicia.
Además de eso, México merece política de altura, de frente, con la suficiente franqueza para la confrontación de las ideas, no de las personas. Hombres y mujeres no debemos estar sostenidos de una nómina si no somos capaces de generar condiciones suficientes para que este país cambie.
No hace mucho, Ricardo Salinas Pliego me escribía en Twitter sobre la altura de miras que necesita este país. Concuerdo con él. Estamos en el hartazgo de tener que lidiar realmente con gobiernicolas que piensan que el país es de ellos cuando en realidad mucho nos ha costado en la historia tener derechos y libertad suficiente como para dar pasos regresivos.
A la hora que usted lea esto estaré mirando los ojos de esos jóvenes. Ya sé qué les voy a decir: “no permitan que nunca nadie les diga -y menos les amenace- sobre sus sueños. Este país es libre”.
A mi madre: Yo también te amo mucho.